El sábado antepasado,
después de 15 semanas (desde mediados de diciembre) pude volver a ver el pasto
del jardín de mi casa. Más de 100 días viendo el pasto cubierto de blanco
fue el costo de haber recibido más de un metro de nieve y de tener el que ha
sido catalogado oficialmente como el invierno más frío de los últimos 30 años y
uno de los 10 más fríos de los últimos 100 años. El caso es que una vez
derretida la nieve encontré, tristemente, un montón de hojas en el piso,
algunas de las cuales dejaron un hueco enorme en el pasto, que se quemó al
tener hojas muertas encima durante todo este tiempo.
Entonces recordé lo que
pasó en noviembre y diciembre pasados. Cuando ya se habían caído las hojas en
otoño llené las dos o tres bolsas de papel que tenía para guardar las hojas y
no pude volver a recogerlas porque no tenía más bolsas donde guardarlas. Le
saqué el cuerpo al asunto hasta que finalmente compré más bolsas y las iba a
recoger el siguiente fin de semana. Tristemente, el siguiente fin de
semana llovió. Y el siguiente también. Y el siguiente se presentó algún
compromiso. Y el siguiente se presentó la primera nevada, y desde entonces,
hasta el fin de semana antepasado, nunca volví a ver el pasto, sólo la nieve.
Lo cual me acuerda de
algo que ocurrió en 2008 a las pocas semanas de haber llegado a Canadá. En una
charla el expositor decía que el mayor enemigo de quien está buscando trabajo
era “to be a procrastinator”. Tuve que llegar a la casa a buscar el
significado de la palabra en el diccionario, y decía: Procrastinator: Procrastinador.
Es decir, quedé en las mismas. Tenía más de 30 años y nunca había escuchado las
palabras procrastinar o procrastinador. Tuve que investigar para aprender
que se refería al acto de dejar para más tarde las cosas, de sacarle el cuerpo
a eso que tanta pereza nos da hacer cuanto antes. Y creo que nunca había
escuchado el termino procrastinar, porque al ser algo tan común en América
Latina, no se usa una palabra para dejar las cosas para más tarde, y
menos una que asuste de manera tan contundente: procrastinar.
Sucede que si uno no
hace en América Latina algo durante la semana, lo puede hacer la siguiente, o
el mes que viene, o dejarlo para el año entrante. Y así nos va. La doble
calzada de Bogotá a Girardot lleva 10 años en obra (y son menos de 120 kilómetros)
sin estar completa; o la doble calzada a Tunja, que también lleva más de 10
años en obra; o la Ruta del Sol, que lleva más de 20 años y le faltan otros
tantos para estar lista; o el nuevo aeropuerto El Dorado, cuya construcción
duró tanto, que cuando se estrenó ya quedaba chiquito; o el metro de Bogotá,
que viene teniendo estudios de factibilidad desde hace más de 60 años.
En estas latitudes esto
es impensado. Mi experiencia me dice que por sacarle el cuerpo un fin de semana
a la barrida de las hojas, hace 4 meses, ya empecé mal con el pasto para
esta temporada. Lo que uno ve es que en muchos caso lo que no se hizo
antes de diciembre, se queda sin hacer. A ver quién es el guapo que sale en el frío
a hacer cosas que en octubre son fáciles de hacer, pero que en enero son
imposibles, bien sea por el frío, o porque la nieve no lo permite. Esto obliga
a que la planificación y el cumplimiento de los tiempos sea algo que se lleva
en el ADN en los países con estaciones marcadas.
En la vida corporativa
esto se ve aún más claro. PMP (Project Management Professional) es una de las
siglas que más se ve en las tarjetas de presentación. Las competencias que los
Profesionales en Gerencia de Proyectos brindan son apetecidas por las empresas
porque permiten seguir detalladamente los entregables y los tiempos de cada
proyecto. Recuerdo que en 2006 la empresa en la que trabajaba en Colombia quiso
introducir el concepto de Project Management Officer, pero no funcionó. La
cultura corporativa y del país no premiaba el seguimiento detallado a cada una
de las partes involucradas en un proyecto, y por el contrario el personaje (el
Project Manager) era visto como que alguien ajeno al proyecto llegaba con ínfulas
de jefe.
Volviendo a las
primeras líneas, cuando el costo de no cumplir los tiempos es equivalente al
retraso sin ninguna penalidad, esto hace que el no cumplir con los tiempos no
sea tan grave. Me explico, hace unos años teníamos situaciones en la casa en
las que mi esposa me pedía que le colaborara con algo en las mañanas. Yo le
decía que no podía, porque si ella salía con 5 minutos de retraso de la casa,
llegaba al trabajo 5 minutos más tarde. Yo, por el contrario, si salía
con 5 minutos de retraso de la casa, perdía el tren, tendiendo que esperar al
siguiente, lo cual me hacía llegar 20 minutos tarde a la oficina. Conclusión:
el valor del minuto de retraso no es igual en ambos casos.
Por ello procrastinar y dejar las cosas para después acá
no es una opción, es pegarse un tiro en el pie. Acá se es esclavo del tiempo,
cumpliendo tiempos juiciosamente, lo cual lo hace a uno altamente efectivo y
eficiente, pero al costo de matar la creatividad (toca cumplir los pasos en el
orden establecido, nada de ponerse a inventar), y, en últimas, la obsesión por
hacer todo a tiempo no permite dejar disfrutar el presente . Contrario a esta
joya, donde cada minuto la cosa se pone mejor. Enjoy!